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Los mercados de abastos y las ciudades turísticas

Una de las formas de acercarnos a la cultura local de un destino es la visita a los mercados de abastos. En un mundo globalizado, donde la homogeneización es la pauta de la cotidianeidad, aquello que busca el turista amante de nuevas experiencias es algo insólito, diferente, exclusivo, que únicamente se encuentre en aquel destino concreto que se visita de forma expresa. Los monumentos, los museos, la idiosincrasia de la gente, los mercados de abastos son exponentes de lo que esos nuevos consumidores buscan, puesto que ofrecen experiencias auténticas, propias de la sociedad local que se visita. En este sentido, los mercados de abastos son uno de los recursos promocionados donde lo local y lo turístico se dan la mano, al menos teóricamente.

Según las últimas tendencias de la demanda, los denominados “turistas de última o tercera generación” aprovechan su estancia para buscar experiencias enriquecedoras y vivencias únicas; para profundizar en la cultura del destino y sentirse parte de la vida cotidiana, de sus costumbres a través del contacto con la gente local. De aquí la importancia no sólo del patrimonio tangible, sino también del patrimonio intangible que el territorio se apresura a recuperar y reinterpretar. Por ende, se asiste a un nuevo paradigma: un cambio de ir a un lugar a ver algo, para desplazarse a un lugar para ir a hacer algo.

Es esta búsqueda de lo auténtico y lo local, que conduce a los turistas a visitar los mercados de abastos. En estos espacios, se percibe de forma natural la idiosincrasia de la gente local, su forma de expresarse, de vender, de comprar, sus hábitos alimenticios, los gustos y costumbres gastronómicas, etc. Además, en el caso de las ciudades occidentales, los mercados de abastos son excepcionales espacios llenos de historia y cultura de un territorio. Forman parte de la riqueza patrimonial de una ciudad. Están enclavados en céntricos lugares privilegiados, y cuentan con pasado histórico, belleza arquitectónica, etc. por lo que, remozados, se convierten en un gran recurso turístico.

Así, los mercados ya no son sólo un elemento indispensable en la vida cotidiana de las familias y vecinos residentes en una población o barrio determinados, sino que además se han convertido en uno de los atractivos turísticos o “sights” indispensables de muchos centros históricos urbanos. Estos turistas incomodan a unos y benefician a otros. Los comerciantes viven principalmente de sus vecinos y de las familias, pero la llegada de los turistas permite incrementar ingresos y adecentar la imagen de sus puestos de trabajo. Permiten plantear la remodelación del conjunto arquitectónico (bastante deteriorado y obsoleto en algunas ocasiones), proponer una oferta más orientada a los visitantes forasteros, abrir por las tardes, o los sábados e incluso domingos, e introducirlos como lugares de paso en las rutas de la zona. Permite en definitiva, construir un nuevo relato turístico de la ciudad en consonancia con los denominados “lugares experimentables” de Barrado (2010) en los que poder experimentar una “cotidianeidad extraordinaria” (Quaglieri & Russo, 2010).

Se distingue una “tipología” de mercados según sea su uso y atractivo: desde los mercados más tradicionales y de barrio, hasta los más turistificados; desde los más modernos a los más tradicionales; de los más genuinos y auténticos a los más artificiales que centran su atención en el turista y los consumidores cosmopolitas o gentries. Madrid y Barcelona tienen buenos ejemplos.

En este sentido, contamos con los “mercados turistificados” propiamente dichos como San Antón, San Miguel (para el caso de Madrid) o el Mercado de la Princesa (en Barcelona) que van claramente orientados al turista y al público local de clases medias y altas (gentries) con un fuerte impacto sobre el área funcional; frente a “mercados sostenibles” como el de la Boquería, Santa Caterina, La Barceloneta (en Barcelona) o San Fernando (en Madrid) que son mercados que combinan los antiguos usos comunitarios, renovándose y compaginándolos con el reclamo turístico, lo cual permite una convivencialidad más acorde con la actual ciudad y sus residentes. Frente a éstos, tenemos la mayor parte de los “mercados tradicionales” que están buscando su horizonte o transformación, y que en algunos casos entrarán en crisis definitiva o en otros casos se harán sostenibles en una salida original y particular o en otros, podrán ser turistificados. El tiempo lo dirá. Es el caso del Mercado de Sant Antoni (Barcelona), Antón Martín, los Mostenses, La Cebada (Madrid).

Este artículo forma parte de un estudio de investigación del Grupo Cambio social y procesos de transformación urbana en un contexto de crisis en las periferias urbanas de las grandes áreas metropolitanes de España. El caso de la RMB (referencia CSO2013-48075-C2-1-R), 2014-2016 del Ministerio de Economía y Competitividad.

MontseCrespi

 

Montse Crespí

Profesora Facultad de Economía y Empresa, Universitat de Barcelona

mcrespi@ub.edu

@MontseCrespi

 

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